viernes, 24 de septiembre de 2010

El enfoque participativo en la política pública

La Metodología FLACSO de Planificación y Gestión Integradas desarrolla una nueva forma de concebir el accionar del Estado y su interacción con los actores sociales en un proceso abierto de aprendizaje en forma compartida entre sector público, sociedad civil y comunidad académica.
Nos invita a transitar, evaluar y continuar construyendo un nuevo paradigma de la actividad de planificación respecto de la planificación tradicional reformulando las etapas, sus procedimientos técnicos y la implementación del proyecto, implicando básicamente una reestructuración de la comprensión del lugar de los actores sociales así como de su interacción y recursos de poder.
La concepción tradicional de la planificación social “se funda en varios supuestos que no se sostienen en nuestra realidad, o que no son deseables a un sistema democrático” a lo que sería interesante agregar que se basa en elementos que desconocen la dinámica social y, más aún, su complejidad creciente. Max Weber en su trabajo conceptual sobre la acción indicaba que cualquier acción en su condición social se encontraba mentada en relación al comportamiento esperable de otros, es decir, acción cuyo sentido mentado por el sujeto/sujetos está referido a la conducta de otros. Desde este lugar se pude observa la gran dificultad que implica el diseño de estrategias racionales que logren resultados esperados por parte de los científicos-técnicos mientras no se considere la complejidad de la interacción en tanto conducta mentada.
Los autores incorporan la turbulencia para dar cuenta de que la dinámica y la complejidad propia de la realidad social no permiten brindar un orden racional a los procesos de la misma o a sus resultados.
En este sentido, la planificación participativa presenta una nueva forma para plantear la secuencia lógica de tratamiento de un caso que permite avanzar buscando altos niveles de racionalidad, eficacia y eficiencia en la gestión e implementación del proyecto. Esta búsqueda se realiza en forma concertada por un conjunto de personas y organizaciones heterogéneas diferenciándose de la concepción tecnocrática del paradigma tradicional donde el acceso al conocimiento sobre prioridades y necesidades de la población meta se podía plantear a través de los técnicos asociados al caso.
Por otra parte, el nuevo paradigma abre la perspectiva en la identificación de actores sociales involucrados desde diversas esferas ya sea por sus capacidad de acción político-institucional y/o jurisdiccional, por los recursos o canales específicos que controlan, por ser destinatarios del proyecto. La mayor de las ventajas es la posibilidad de repensar el nosotros a través de la oportunidad de estructuración en tanto actores relevantes para la producción y reproducción social facilitando el espacio de articulación para que así sea.
Luego de evaluar la viabilidad del proyecto, comenzando a tener en cuenta la multiplicidad de actores como las relaciones de poder que se encuentran imbricadas en el seno de los mismos para lograr facilitar un espacio de articulación, surge la necesidad de comprender el sector configurando el diagnóstico. En esta etapa se intenta reconstruir los elementos subyacentes propios de las interacciones entre los diferentes elementos. El mismo paradigma posibilita en tanto un reconocimiento más realista y en profundidad de la dinámica social entre actores, del contexto más global que atraviesa al sector así como de la misma órbita sectorial.
Este punto requiere de un análisis pormenorizado en función de que para lograr cada una de las instancias previstas por la planificación participativa se requieren trabajos grupales de toda índole por medio de un proceso democrático, donde no sólo interesa el conocimiento de los actores implicados y beneficiarios sino también se incorporan en términos reales sus intereses, posiciones y actitudes en el proyecto mismo. De este modo, no puede este paradigma quedarse en un simple enunciado como sucede en nuestra sociedad, en tanto se dificulta la articulación de esta metodología con la cultura política que se reproduce en nuestro país.
La cultura política de la polarización, del blanco y el negro, del desencuentro donde los puntos de convergencia a través de consensos parecen desaparecer cada día más, donde la crítica constructiva no tiene lugar -y esto se puede analizar en los discursos ejecutivos y legislativos, sin ir mucho más lejos- forma parte de nuestra realidad. La cultura de la confrontación de cosmovisiones políticas que se visualiza en el orden del universo discursivo y en el de las representaciones de la realidad sobre subjetividades individuales y colectivas, a partir de prácticas informativas y publicitarias, de inéditos marcos comunicacionales, son las que están instituyendo desde lo cultural una forma de hacer política.
Un país que no revisa, que no reflexiona desde lo institucional difícilmente pueda trasladar actividades de reflexión y estrategias de resolución de conflictos al interior de un comité de gestión cuando el conflicto es social, es político y, básicamente, se reproduce e instituye desde lo cultural. Hablar de construcción de consensos hasta el momento solo ha sido parte de una formalidad planteada entre palabras perdidas de la órbita política. La construcción de consensos no es sólo un planteo de la estructura política y de nuestros representantes. Es un replanteo de la sociedad civil, además del de la estructura política, en su conjunto, que no comprende consensos o lo hace sólo en el marco de alianzas transitorias con fines de corto plazo, intereses políticos “destituyentes” por retomar conceptos difundidos en el discurso del ejecutivo así como en los medios nacionales. En síntesis, se espera eliminar la diferencia y no se intenta trabajar con ella, a través de ella para comenzar a desandar caminos de aprendizaje individual, mutuo y colectivo.
Desde este lugar resulta difícil, revertir en términos reales el paradigma tradicional cuando los procesos decisorios deben democratizarse a todo nivel, no solo pensando en potenciar a los actores más débiles sino brindando un lugar dentro del espacio social de gestión a los diferentes actores individuales o colectivos.
Nuestro país y sus políticas requieren esta metodología para la planificación, para superar la resistencia al cambio propia de la falta de implicaciones con las acciones diseñadas además de no poner en evidencia la complejidad de los sistemas reales, planteando proyectos que no dan cuenta de la misma logrando la reproducción de las relaciones de poder que dieron por resultado la marginalización creciente y la dificultad de ser eficaces y eficientes en la tarea de planificación.,
Otras de las cuestiones que entiendo plantean dificultades en la democratización del estilo de gestión y desarrollo de las políticas sociales en tanto persigue el objetivo a través de una mirada anti-tecnocrática, es la vinculación entre dos variables relevantes como son el tiempo y los políticos.
Lograr articular la variable de los tiempos políticos, muchas veces condicionados por la “necesidad” política de dar cuenta de ello en los medios de comunicación mientras se pretende continuar con la articulación de actores que no deben resentirse cuando escuchan hechos consumados sin una tarea reflexiva en conjunto ya realizada, es de gran dificultad hasta tanto los políticos no comprendan los tiempos como un costo de gestión necesario para pensar el desarrollo social a largo plazo.
De este modo, por un lado, el tiempo es un factor crítico para la implementación de proyectos sociales en tanto implica costos crecientes mientras transcurre, así como costos sociales en tanto no se da respuesta al problema identificado. En este sentido, los funcionarios pueden no comprender la necesidad de disponer de estos tiempos para la consecución de consensos y articulaciones, negociando en función de los recursos de poder de los actores involucrados y diagramando tareas que faciliten la construcción de puntos de encuentro en medio de la complejidad creciente. Y esto no es menor.
En el caso de que la participación directa sea comprendida como una sustitución de los canales formales de gestión social o, lo que es más grave pero no menos alejado de lo que nos sucede como sociedad, donde la participación sea entendida como una pérdida de poder personal del funcionario público o de su equipo -cuando el narcisismo propio de esta sociedad del hiperconsumo descripta por Lipovetsky se hace sentir- debemos reflexionar desde que lugar podríamos repensar nuestra reproducción cultural en términos políticos para reconstruir las instituciones desde prácticas participativas con la finalidad de poder conjugarlo a futuro con un estilo de gestión que demande estas instancias y que no las resista.
Sugerir que la escucha de los principales beneficiarios de las decisiones viabiliza un rédito en términos políticos a largo plazo, puede ser el punta pie inicial de una negociación política entre funcionario y técnicos para poder dar cuenta del paradigma participativo en toda su expresión.

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